miércoles, 7 de noviembre de 2012

Prevalencia mundial


La prevalencia de la esquizofrenia —la proporción de personas que es esperable que experimenten esta enfermedad en algún momento de sus vidas— se ha establecido alrededor del 1% de la población, con escasas variaciones entre los países. Sin embargo, una revisión sistemática de numerosos estudios encontró en 2002 una prevalencia de vida de 0,55%. Desde entonces, también se ha documentado una prevalencia menor de esquizofrenia en países en vías de desarrollo. El análisis de un total de 1.721 estimaciones de 188 estudios que abarcan 46 países, calculó la mediana de las estimaciones de prevalencia en 4,6 por 1.000 para la prevalencia puntual, definida como la prevalencia durante cualquier intervalo de menos de un mes; 3,3 para la prevalencia de período, definida como la prevalencia durante un período de 1 a 12 meses; 4,0 para la prevalencia de vida o la proporción de individuos en la población que alguna vez manifestará la enfermedad y que están vivos en un día determinado; y el 7,2 de cada 1.000 individuos para el riesgo mórbido de por vida, el cual intenta incluir toda la vida de una cohorte de nacimientos, tanto del pasado como del futuro, e incluye a los fallecidos en el momento de la encuesta. Estas cifras sugieren que el estimado de 0,5-1% para la prevalencia publicada en muchos libros de texto es una sobreestimación. El análisis sistemático de la realidad sugiere que es algo inferior, y los autores sugieren que es más preciso decir que alrededor de 7 a 8 por cada 1.000 personas se verán afectadas. Más aún, algunos estudios han demostrado que la prevalencia de la esquizofrenia varía dentro de los países y a nivel local y de suburbios.

Derechos del paciente psiquiátrico

El paciente puede necesitar ayuda de los profesionales de los programas terapéuticos residenciales, los administradores de programas de acogida temporal para las personas que se encuentran sin vivienda, los amigos o compañeros de vivienda, los profesionales que manejan el caso clínico, las autoridades religiosas de iglesias y sinagogas, así como de su familia. A menudo el paciente se resiste a recibir tratamiento, por lo general porque cree que no necesita tratamiento psiquiátrico y que los delirios o alucinaciones que experimenta son reales. A menudo es la familia o son los amigos los que deben tomar decisiones para que el enfermo sea evaluado por un profesional. Cuando otras personas tomen decisiones de tratamiento, los derechos civiles del enfermo deben ser tomados en consideración. El consentimiento informado es un derecho del paciente psiquiátrico establecido por la Declaración de la Asociación Mundial de Psiquiatría de Hawái en 1977 y la de la Asociación Médica Mundial de Lisboa en 1981.

Hay leyes que protegen a los pacientes contra el internamiento involuntario en hospitales. Estas leyes varían de país a país, pero fundamentalmente el paciente en pleno uso de sus facultades mentales puede negarse a realizar los procedimientos indicados, por escrito, ejerciendo su «derecho a vivir su enfermedad» o su «derecho a la enfermedad». Debido a las restricciones impuestas por la ley, la familia puede sentirse frustrada en sus esfuerzos de ayudar al enfermo mental grave. Generalmente la policía solo puede intervenir para que se realice una evaluación psiquiátrica de emergencia o sea hospitalizado cuando el estado del enfermo representa un peligro para sí mismo o para otros. Si el enfermo no va por su voluntad a recibir tratamiento, en algunas jurisdicciones, el personal de un centro de salud mental de la comunidad puede ir a su casa para evaluarlo.

Clasificación


Históricamente, la esquizofrenia en Occidente ha sido clasificada en simple, catatónica, hebefrénica o paranoide. El manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales contiene en la actualidad cinco tipos de esquizofrenia. Éstas son:
1. Tipo paranoide: predominan los sentimientos de persecución, delirio de grandeza y alucinaciones auditivas —el DSM exige que no haya desorganización en el lenguaje ni afectividad inapropiada o plana—.
2. Tipo desorganizado o hebefrénica: predomina el discurso y comportamiento desorganizado sin ningún propósito, así como una afectividad inapropiada o plana
3. Tipo catatónico: con importantes alteraciones psicomotoras tales como la flexibilidad cérea (como muñeco de cera); puede llegar hasta el estupor catatónico, conllevando a una incapacidad para cuidar de sus necesidades personales.
4. Tipo indiferenciado: hay síntomas psicóticos, pero no cumplen criterios para los tipos paranoide, desorganizado o catatónico.
5. Tipo residual: donde los síntomas positivos están presentes tan sólo a baja intensidad.

Prevención

·   Mantener la estructura y el equilibrio y comportamiento de las relaciones sociales
·   Evitación del consumo de drogas, estupefacientes y psicofármacos de un modo inadecuado.
·   Capacitación y apoyo técnico a agentes de salud mental
·   Sensibilización, información y educación indirecta Sensibilización, información y educación directa 
·   Reuniones intra e intersectoriales 
·   Reconocimiento temprano de condiciones riesgosas Talleres de aprendizaje de habilidades

Testimonio de una persona con trastorno esquizofrénico


Mis problemas comenzaron cuando tenía 12 años y sufrí una enfermedad mental. Tenía problemas para dormir y tenía un miedo constante de que algo malo iba a ocurrirme; por ejemplo que no podría volver a despertar. Siempre tenía pensamientos negativos en mi mente y era como si alguien los controlara. A veces incluso oía voces llamándome por mi nombre. Con el tiempo la enfermedad se descontroló y oscilaba entre estar mejor y realmente mal. A menudo me era imposible levantarme de la cama y estaba tan deprimida que me pasaba horas mirando la pared. Incluso llegué a pensar en tomar somníferos porque no quería seguir viviendo.
Todo esto continuó durante seis años y gradualmente empeoró y se convirtió en algo más serio. Mi mente me decía que yo era mala y horrible y que una pecadora como yo nunca sería perdonada por Dios. No tenía a nadie con quien hablar ya que la relación con mi familia no era buena. Siempre había sido una decepción y un problema para ellos. A sus ojos, todo lo que hacía era un error. Nadie quería relacionarse conmigo a ningún nivel, así que no tenía amigos ni nadie a quien recurrir.
Mi enfermedad alcanzó un punto en el cuál, durante la noche, empecé a ver figuras persiguiéndome y atacándome y pensaba que las personas de las fotos en la pared se volvían figuras satánicas. Una vez me encerré en mi habitación y grité durante toda la noche ya que temía que iba a morir. A la mañana siguiente mis padres me llevaron a un hospital psiquiátrico donde me encerraron. Temía a todos los miembros de mi familia y el hospital, donde me diagnosticaron con esquizofrenia, me aterraba aún más.
Me dieron un montón de potentes fármacos y me sujetaron a una cama. Las drogas tenían muchos efectos secundarios, como espasmos, convulsiones, temblores y la sensación de no sentir mi cuerpo. Estuve tomando este tratamiento unos diez días y cada vez que lo tomaba los efectos secundarios duraban unos 30 minutos. Todo esto empeoró mi vida aún más. Durante largo tiempo no pude moverme normalmente y estuve prácticamente paralizada, aunque todavía podía sentir dolor. Estaba en el hospital en contra de mi voluntad. Quería irme pero los juzgados decidieron cuanto tiempo debía quedarme. Nadie, ni mi familia ni el personal médico, me ofreció ningún apoyo. Ni siquiera me creían cuando les decía que tenía fuertes dolores. Cuando finalmente se me permitió salir del hospital tuve que continuar tomando potentes fármacos a diario y seguí viendo a un psiquiatra para controlar mi medicación.
Debido a mi enfermedad no pude acabar el colegio o continuar estudiando. Esto me impidió tener una carrera. Si no empezaba a trabajar mis padres me amenazaron con llevarme de nuevo a la clínica psiquiátrica y pedir a los abogados que me quitaran mis derechos, así que conseguí un trabajo a tiempo parcial como secretaria en una oficina. Esto fue un milagro, ya que normalmente nadie emplearía a una persona que ha estado en un hospital psiquiátrico. Durante el tiempo que trabajé allí, mi jefe empezó a hablarme sobre la Biblia y me dijo que Jesús sigue curando a la gente hoy en día. En mi corazón supe que eso era la verdad y fui con él a una reunión Cristiana. Sabía que si recibía al Espíritu Santo sería curada inmediatamente de todas mis dolencias. Tomé la decisión de consagrarme a Dios con todo mi corazón y cuando recibí al Espíritu Santo fui sanada por completo. Tiré toda mi medicación y no tuve en absoluto ningún síntoma de abstinencia.
Entonces fui capaz de conseguir un trabajo a tiempo completo como secretaria y comencé una vida completamente nueva. Ahora tengo un montón de amigos, especialmente en la asamblea, que me demuestran mucho amor y cariño y los amo profundamente. He viajado a Australia dos veces y estoy estudiando enfermería en la Universidad de Dundee. Espero que lo negativo de mi pasado me ayude a tener compasión por otros, ya que tengo la oportunidad de cambiar las cosas de una manera positiva. Mis padres también ven que ahora soy una persona diferente, llevando una vida normal. No ha habido ningún problema recurrente desde que me convertí al Cristianismo y mi vida es cada vez mejor y mejor. Hace seis años que estoy libre de mi enfermedad y pronto me graduaré como enfermera. Soy muy feliz por haber sido salvada y por pertenecer a esta asamblea que son realmente mi familia en Cristo.

Testimonio de una persona con trastorno esquizofrénico


Tengo 26 años y la esquizofrenia me la diagnosticaron a los 21. Mi comportamiento antes creo que era normal, pero un día empecé a sentirme raro. Todo empezó en el colegio, en octavo grado. No me gustaba ir a estudiar porque sentía que se burlaban de mí, que me la querían montar, que me ponían apodos. Un día un compañero fue a hablar con mi mamá para decirle que estaba preocupado por mí, que no me metía con nadie en el colegio, que me la pasaba aislado. Una profesora también se acercó a ella para contarle que yo miraba raro a las personas y que le había llamado la atención que un día yo había llegado a clase con la camisa completamente mojada. 

Mi mamá me quería matricular para noveno grado, pero yo le dije que mejor me cambiara de colegio porque ya no soportaba en el que estaba y que no sabía qué podría pasar si seguía ahí. Para esa época era exageradamente ordenado con mis cosas, no me gustaba que nadie las tocara y las desordenara. Cambié de colegio y seguían pasando cosas por mi cabeza. Veía figuras raras en mis manos, no me gustaba bañarme, llevaba el uniforme mal puesto. Me sacaron del colegio y me metieron a terapia psiquiátrica. Yo le contaba al doctor lo que pasaba por mi cabeza y el trataba de hacerme ver que todo era mental, nada real. 

En una época me sentí poseído por alguien. Había muñequitos que vivían en mi cabeza, me hablaban, me daban órdenes. Eso me desesperaba y me fue desgastando mental y físicamente, me fue destruyendo. Empecé a sentir que me entiesaba y me encogía, que mis huesos se descalcificaban y que el corazón se me expandía, como si me fuera a dar un infarto. A veces me arrodillaba y sentía que un corrientazo muy duro llegaba a mis pies. 

Voy al psiquiatra una vez al mes para mis sesiones de 45 minutos, aunque a veces no voy porque no me dan ganas de salir de la casa. Me quedo acostado o sentado al borde de la cama. A veces me orino con la ropa encima, aunque ese problema ya puedo controlarlo casi siempre. Nunca he estado internado, siempre en mi casa al cuidado de mi madre. Mi relación con ella es buena, ella es una persona desesperada que se angustia y se preocupa por mí. Ella no sabe qué hacer conmigo, cómo tratarme, siempre le cuento eso al médico. Dice que me la paso sentado con la cabeza agachada y haciendo movimientos raros. Esos movimientos los hago porque creo que me ayudan para mejorarme y recuperarme en la parte física. Con mi papá también tengo una buena relación; él es malgeniado, pero yo como hijo lo comprendo.

En general nunca me ha gustado bañarme. De chiquito mi mamá me bañaba, pero al hacerme grande ya no podía hacerlo sin que yo aceptara. Siempre me baño sentado, ya sea en una silla en el patio de la casa, o en un baño, pero sobre el inodoro, porque no me gusta estar de pie en la ducha. Me tengo que tomar tres pastillas todos los días para mantener la esquizofrenia a raya. Me la paso en la casa caminando como un robot, según dicen, y cuando me siento de ánimo salgo a dar una vuelta por el barrio. Nadie me acompaña, me dejan ir solo a dar mis paseos.

Francisco Arriaza Rodríguez

Puntual como un reloj, se levanta cada mañana a las seis. Ducha, afeitado, pastillas y rumbo al bar Tesón. Allí coloca las mesas y las sombrillas antes de que definitivamente salga el sol. A cambio, recibe una tostada, su café calentito y algún pitillo. Después, le toca ir a sus clases de informática y carpintería, al menos hasta que pase la crisis. También a él le ha afectado y ahora es otro parado más en la lista.
Así arranca la jornada de Francisco Arriaza Rodríguez, un sevillano de 43 años que tiene diagnosticada una esquizofrenia paranoide y, sin ceder al desaliento, lucha cada día para demostrarse a sí mismo y a los que le rodean que todo es posible.
Con ocasión del Día Mundial de la Salud Mental, Francisco habla sin complejos y con sencilla naturalidad de su enfermedad. En general, derrocha alegría y optimismo. Y lo hace incluso ahora que está un poco deprimido por no tener trabajo. Confía en sí mismo y en el currículum que va forjándose con las "pequeñas metas" que se ha propuesto: sacarse el Graduado Escolar, ir al gimnasio o apuntarse a la piscina.
Su primer brote psicótico lo tuvo cuando a los 22 años, mientras hacía la mili. "Tenía hepatitis y por eso llegaba siempre el último. Me pegaban y me daban patadas en el culo. A los siete meses, exploté de esa manera", cuenta Francisco. Desde ese día, la medicación, las terapias y su madre, María, han sido sus grandes aliados contra las alucinaciones, paranoias y depresiones que le provocan su dolencia.
Los hospitales y centros de salud cada vez están más alejados de su vida cotidiana. Desde hace ya tres años, no sufre ninguna crisis. Ahora esta mucho mejor que tiempo atrás. "Yo noto que me pongo mal porque creo que la gente me mira, me insulta y veo cosas raras. Después, pienso que no pasa nada, que todo es mentira. Me voy a mi casa, me tomo un tranquilizante y a dormir", explica orgulloso. "La enfermedad provoca una agresividad enorme, pero he aprendido a controlarla. Hay que ser muy valiente para no pelearse".