El diagnóstico de la esquizofrenia se basa en la cuidadosa observación de signos y síntomas, en la exploración metódica de las vivencias de una persona, y en la acumulación de antecedentes desde todas las fuentes posibles: familia, amigos, vecinos, trabajo. No existen pruebas de laboratorio ni exámenes de imágenes que ayuden a establecer el diagnóstico, como no sea para descartar otras patologías.
Se han propuesto varios criterios a lo largo del siglo
XX, dependiendo del variable concepto que se tenga de la esquizofrenia.
Actualmente existen dos manuales de criterios diagnósticos que, en lo esencial,
son muy similares, y tienen por objeto tanto permitir un registro estadístico
más o menos confiable, como mejorar la comunicación entre profesionales. Sin
embargo en la práctica clínica, las personas esquizofrénicas tienen una riqueza
sintomática que excede largamente el contenido de los manuales, y hay una gran
variedad de cuadros que pueden estar a medio camino de las categorías
nosológicas contenidas en ellos. Estos manuales son el Manual diagnóstico
y estadístico de los trastornos mentales (DSM) de la Asociación
Americana de Psiquiatría y la Clasificación internacional de las
enfermedades (CIE) de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Las versiones más recientes son CIE-10 y DSM-IV-TR.
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